jueves, 30 de agosto de 2012

CAPÍTULO 15

Me desperté con el corazón en un puño al escuchar un sonido horrísono que rasgó el silencio de la madrugada. Me incorporé en la cama, jadeante y caminé lentamente hacia el pequeño ventanuco, aún sin saber si debía o no debía abrirlo. Mis pasos estaban impregnados de indecisión hasta que la curiosidad venció y casi con violencia, presioné el manillar que abría la ventana, permitiendo que un aire gélido y varias gotas de lluvia me arañasen con furia la cara. La luna estaba atrapada entre la bruma de las nubes grisáceas que surcaban los cielos impenetrables y la noche resultaba escalofriante, tanto, que un escalofrío recorrió mi médula espinal cuando sentí una respiración en mi nuca.
 
 
- ¿Qué haces levantada a estas horas? - comentó Álex con voz pastosa y los ojos cargados de sueño.
 
 
- Escuché un grito. Creo que ha pasado algo. No, no lo creo, estoy segura de que ha pasado algo - respondí con firmeza.
 
 
- ¿Sabes lo que pienso yo? - negué con la cabeza, asustada - Que te lo has imaginado todo por culpa de la tormenta.
 
 
- No me asustan las gotas de agua cayendo - sin embargo, el relámpago que cruzó el cielo en una fracción de segundo y su preludio me atemorizaron, confirmando que, esta tormenta en concreto, sí que me asustaba.
 
 
- Vamos a la cama. No me separaré de ti. Son ruidos normales con este tipo de tiempo - a pesar de sus esfuerzos, mi orgullo me impedía alejarme del ventanuco.
 
 
Escruté en la oscuridad de la noche con los ojos entreabiertos intentando vislumbrar cualquier indicio que me diese la razón. Que algo había pasado. No obstante, fui incapaz de ver más allá de los tres árboles que rasgaban el cielo con sus ramas, agitándose violentamente. Súbitamente, una ráfaga de aire demasiado potente penetró en la habitación, obligándonos a cerrar los ojos. Pero la silueta de un hombre recortándose frente a nuestra casa con un brillo plateado en la mano que refulgió en la oscuridad no se escapó a mis ojos.
 
 
- ¡Hay un hombre y tiene un arma! - así a Álex, que había vuelto a la cama y le enderecé con mis gritos de urgencia.
 
 
Él se asomó, pero, como era de esperar, la silueta había desaparecido, y la única prueba que testificaba que no era una lunática desvariando en la noche se marchó el ella. No pude hacer otra cosa que volver a la cama, sabiendo que no estaba loca, pero considerando la posibilidad de que la tormenta me hubiese jugado una mala pasada.
 
 
 
Cuando desperté, después de una noche interminable de pesadillas encadenadas, arrastré los pies por el suelo de madera dirigiendo mis pasos y mi persona hacia el pequeño salón. Allí me dejé caer sobre el incómodo sofá, que se clavó el mi cuerpo, provocándome un intenso dolor en la cadera.
 
 
- Empieza bien el día... - musité en voz baja examinando el escaso contenido en frutas de un pequeño platito y decantándome por la menos colorida.
 
 
Mastiqué sin ganas, tragando despacio y sin degustar el alimento. Comer por comer y tal vez, por aburrimiento. De todos modos, aún era temprano y faltaba tiempo para que Sëyn viniera a recogerme para ir a entrenar. O al menos, eso pensaba yo, porque cinco minutos más tarde, unos insistentes y urgentes golpes en la puerta me obligaron a levantarme para abrirla.
 
 
- ¿Qué haces aq...? - Sëyn, visiblemente alterado bajo la cortina de lluvia me asió del brazo con tanta fuerza que apenas unos segundos después sentí el miembro como desconectado del resto del cuerpo - ¡Sëyn!
 
 
Él parecía querer explicarme lo que tanto le había perturbado, pero las palabras se negaban a salir de su boca. Solo era capaz de balbucear palabras sin sentido y frases incoherentes. Finalmente, optó por otra idea. Echó a correr llevándome a mí todavía cogida del brazo, obligándome a correr tras él.
 
 
- ¿Se puede saber qué haces? ¡Para!
 
 
- ¡No! ¡Corre! - por lo menos pude comprender esa sencilla orden, ya que él la articuló bien.
 
 
No sabía dónde nos dirigíamos; jamás había visto esa parte del bosque tan tupida y con una vegetación tan exhuberante, por lo que tuve la sensatez de no separarme de Sëyn, a sabiendas de que sin ayuda no sería capaz de regresar sola a casa. Y para colmo de males, él continuaba internándose cada vez más en la maleza, imposibilitándome cualquier huida por mi parte. En serio, ¿qué estaba haciendo allí a esas horas de la mañana y con esa lluvia calándome las entrañas? No encontraba respuesta para esa pregunta. Llegado un momento, comenzó a faltarme el aire. ¿Cuánto tiempo llevábamos corriendo? Desde luego, una cosa era segura: si esto era parte del entrenamiento, luego le soltar a Sëyn un par de cositas acompañadas de un buen puñetazo como propina.
 
 
Mis pensamientos se interrumpieron a la par que la carrera. Frenamos bruscamente al lado de un árbol con un tronco torcido.
 
- Vale, Sandra, escúchame.
 
- Si lo que querías era que te escuchase, no era necesaria esta carrera matinal. Puedo escuchar igual de bien sentada en el sofá de casa, ¿no te parece? - puse los brazos en jarras y enarqué una ceja, a la espera de una respuesta que no llegó.
 
Sëyn suspiró y pareció cambiar de idea. Ya no quería que le escuchase, sino que dirigiese mi mirada hacia un bulto que yacía en la hierba embarrada. Antes de ello le miré inquisitivamente mientras él se agachaba. Y entonces lo vi. Rectifico, entonces la vi. El pequeño y frágil cuerpecito de Liss yacía en el suelo con los ojos desenfocados y con el terror pintado en sus pupilas inertes.
 
- ¿¡Qué...!? ¿¡Quién...!? - ahora era yo la que no podía articular frases con sentido.
 
Las preguntas se amontonaban en mi cabeza, incapaces de ser formuladas por mis labios temblorosos. Mis ojos se anegaron en lágrimas al ver marcas de violencia en su cuerpo. La sangre, reseca y coagulada, estaba esparcida a su alrededor pero no me importó ensuciar mis ropas al sentarme allí. Tomé en mis manos cálidas la pequeña mano de la niña; en ese momento supe quién había sido la dueña de ese grito que rompió el silencio y la tranquilidad de la noche.
 
- La han matado... - musité entrecortadamente en voz alta, no tanto para decírselo a Sëyn sino para convencerme a mí misma.
 
- Vi su cuerpo esta mañana cuando salí a pasear antes del entrenamiento... - explicó el chico que me acompañaba sentándose a mi lado y abrazándome, para cubrirme de la lluvia e infundirme ánimos -. Vamos. Hay que decírselo a los demás y alguien tendrá que darle la mala noticia a su tía.
 
No escuché esas palabras ni las que vinieron a continuación. Permanecí sentada en el suelo, con las rodillas flexionadas y mis brazos rodeándolas, en un estado catatónico mientras sentía los pasos de Sëyn alejándose. ¿Quién podría tener el más mínimo interés en asesinar a una niña durante la noche? Para esa pregunta, sí tenía respuesta: Kina. Aunque desconocía cómo había logrado penetrar en la zona protegida por el escudo creado por Álex, supe que solo una persona como ella sería capaz de hacer algo así.

*****

- No termino de comprender el cambio estratégico - comentó uno de los soldados con suavidad, limpiando la sangre y los restos de suciedad de su arma mortífera.

- No me sorprende; no te dotaron con la inteligencia. Por eso te di una espada - Kina efectuó un breve descanso y finalmente, respondió a la pregunta de su subordinado -. Es simple, sencillo, ingenioso... Yo no mataré a Sandrá. No me ensuciaré las manos con su sangre...

- Si me permite el comentario, usted no tendría que ensuciarse nada. Cualquiera de nosotros puede matarla en su lugar. De hecho es lo que solemos hacer...

La mirada fulminante de Kina le advirtió de que era mejor mantener el silencio si no quería acabar criando malvas  esa misma mañana. La mujer continuó explicando.

- Ella vendrá a mí. Le he arrebatado lo que más quiere... Se lo has arrebatado tú con tu espada y ella no tardará en venir enfurecida hasta aquí. Su odio e ira la cegarán cuando descubra que su pequeña protegida ya no está entre los vivos y será tan ingenua de pensar que puede venir aquí a arrebatarme la vida a mí también. Como es de esperar, mi predecible hermanito vendrá con ella... Aunque si no viene, podremos encargarnos después de él. Establezcamos prioridades y ya se sabe: las damas primero.

El soldado esbozó una sonrisa maléfica antes de mencionar el esperado "perfecto".


sábado, 12 de mayo de 2012

CAPÍTULO 14

Los finos tacones de Kina constituían una cadencia musical a cada paso  que ella daba sobre el suelo brillante. Posó su mirada intimidatoria sobre los ojos de los componentes de su ejército, que se encontraban reunidos en aquella sala en torno a una gran mesa de madera de cedro. Todos ellos tenían la cabeza gacha en actitud sumisa. La mujer paseó por la habitación y se detuvo frente a una gran silla de madera en la que se apreciaban runas talladas en el alto respaldo. Se dejó caer en ella con aire lánguido y entrecerró las manos fuertemente.
- Muerto. ¡Está muerto! - informó al comité que la escuchaba. Se refería al hombre que había ordenado capturar a Sandra y al que habían encontrado sin vida días atrás -. No puedo creer que una niñita que no sabía nada acerca de sus poderes haya conseguido acabar con él.
- No fue Sandra; Álex le mató - dijo la voz quebrada de algún guardia, que temía la reacción de Kina.
- ¡No le llames así! Ese no es su verdadero nombre - aulló Kina -. Mi hermanito no sabe que, al estar enfermo, su magia se ha debilitado. Es nuestra oportunidad. ¡Y no quiero más fallos! Ni un solo error, ¿entendido?
- Pero Sandra ha estado entrenando con Sëyn. Podría ser peligrosa...
La mujer, obviando ese comentario, se dirigió hacia el hombre que se hallaba sentado a su derecha y con voz zalamera le preguntó si estaría dispuesto a realizar esa misión. El hombre, envalentonado, movió afirmativamente la cabeza. Era uno de los secuaces más sanguinarios que componían el ejército de Kina.
- ¿La quieres viva o muerta? - preguntó, simplemente, con un tono de voz que denotaba que no le importaba ni un ápice la muerte de Sandra.
- Sorpréndeme - dijo ella a modo de respuesta.
- ¡Esperad! Hay algo más - interrumpió otro centinela -. Hace unos días, Sandra mantuvo una charla con los renegados. Ahora están unidos y la apoyarán. No será tan fácil. Quizá sería mejor...
- ¡No necesitamos tus consejos! ¿Tengo que recordarte que tú no eres nadie para decir lo que debemos o lo que no debemos hacer? - le cortó la mujer, exasperada y dirigiéndose al hombre que acababa de aportar la información. Cuando llegó, paseó sus delgados dedos por la nuca del guardia, cuyo vello se erizó. Súbitamente, su rostro se contrajo en una expresión de dolor y un alarido horrísono brotó de su garganta. Sin embargo, cuando el desafortunado hombre se hallaba a escasos milímetros de contemplar el rostro pálido de la muerte, Kina se retiró, permitiéndole vivir -. Gracias por la información, Fraid, pero yo decido si algo nos dificulta las cosas. No hay que sembrar el pánico entre nosotros, ¿verdad? - le preguntó con voz de maestra de niños pequeños.
El hombre asintió, atemorizado, concentrado en respirar de nuevo con regularidad.
- ¿Alguien tiene algo más que objetar? De acuerdo, cambiaremos la estrategia - murmuró pensativa. Por su mente desfilaron diferentes torturas que podía utilizar en contra de Sandra, de Sëyn, de su propio hermano y de todos los traidores que se hacían llamar renegados. Finalmente esbozó una sonrisa taimada -. No quiero a Sandra.
Todos los allí presentes contemplaron con escepticismo a la mujer, intentando adivinar qué le rondaba por la cabeza. Su objetivo y principal prioridad había sido descubrir dónde se ocultaba el cetro de poder, y una vez que averiguaron que era esa chica, ir a por ella. Kina prosiguió, divertida.
- No seremos nosotros los que capturemos a Sandra; ella vendrá a mí por sus propios métodos. De momento, quiero que os hagáis cargo de su punto débil... Fraid, ¿sabes el motivo por el que Sandra dio esa charla?
El hombre respondió escuetamente que la charla se basó en la ayuda mutua y en el apoyo vecinal ya que la chica se había encariñado con una pequeña retirada llamada Liss a la que todos habían dado de lado permitiendo casi que muriese por inanición. Kina le sonrió y el hombre supo que no debía haber revelado todo, que tenía que haberse guardado algo de información para sí; algo que le garantizase el seguir con vida. Ahora ya no le era útil a Kina. En ese momento comprendió la magnanimidad de la mujer al permitirle vivir instantes antes; ella necesitaba todos los detalles para planificar correctamente su estrategia. La mujer se aproximo hacia él solemnemente y le acarició la mejilla.
- Bien... Espero que hayas aprendido la lección - musitó.
El centinela tragó saliva, sintiendo un temor que le impedía pensar o moverse. Sus ojos, movidos por la voluntad de Kina, se posaron en las pupilas de la mujer. En ese momento supo que ya no habría piedad para él y que su vida había llegado al final.

 

Los días se sucedían unos a otros sin demasiados cambios. Entrenaba incansable y religiosamente todos los días con Sëyn y pasaba las tardes con Liss, sintiéndome como su hermana mayor. Le prometí que le ayudaría a sobrevivir. Por las noches hablaba con Álex, que se recuperaba de la enfermedad derivada del corte en su brazo.
- No puedo creerlo. Mira - Álex irrumpió en la habitación exhibiendo su brazo como si de un trofeo se tratase.
Agudicé la vista y constaté que el feo corte se había transformado en una delgada e irregular línea que le atravesaba el brazo. La toqué con curiosidad y levanté la mirada. Entonces, Álex se fundió en un abrazo que me dejó sin respiración durante unos segundos.
- ¡Te vas a poner bien! - exclamé.
- Eso parece, aunque debo decirte que no lo dudé ni por un instante. Y menos si tú me cuidabas - admitió mientras los dos rompimos el contacto visual -. Por cierto, nunca te di las gracias - le dirigí una mirada interrogativa -. Por la charla. Ahora estamos más unidos que nunca y eso significa que podemos vencer a Kina. ¡Hay posibilidades reales de que eso suceda!
Sin embargo, en medio de esa inusitada felicidad, ningno advertimos el peligro que se cernía sobre nosotros cuando, un buen día, el cielo amaneció teñido de un gris impenetrable que anunciaba la tragedia.

miércoles, 25 de abril de 2012

CAPÍTULO 13

Procuré reprimir las lagrimas que habían aflorado a mis ojos tras un comentario de tal calibre contemplando fijamente el sol a través de la ventana. Esto fue posible hasta que su fulgor, amenazándome con una ceguera, me obligó a apartar la mirada. Pestañeé repetidas veces hasta que mis ojos se acomodaron de nuevo a la intensidad lumínica del interior de la estancia.

Tanteé con la mano en busca de un sabroso fruto, cuyo dulce jugo me estalló en la boca tras propinarle un mordisco. Paseé mi lengua por las comisuras de los labios con el fin de evitar que una traviesa gotita de color grana resbalase hacia mi camiseta, manchándola. Álex esbozó una sonrisa y me señaló a la pequeña Liss. Ella se había acomodado en el sillón y su cabeza reposaba sobre sus dos manitas llenas de cortes, heridas y otras imperfecciones. Desde mi posición, no acertaba a distinguir si sus ojos se encontraban cerrados o no, pero aposté por que se había quedado dormida. Álex selló mis labios con su dedo índice antes de que pudiese emitir sonido alguno y me indicó con un gesto que me levantase y le siguiese hasta su dormitorio. Sin embargo, reparé en la humedad de mis ropas debido al baño matinal que había tomado un tiempo antes y decidí que lo mejor era deshacerme de ellas si no quería ser pasto de enfermedades. No, realmente no necesitaba que los virus y las bacterias me visitasen. Por ello, entré en la habitación y cerré la puerta tras de mí e impidiéndole la entrada a Álex.

- ¿Qué haces? - protestó ,golpeando suavemente la puerta.

- Necesito cambiarme de ropa. ¿Dónde puedo conseguir algo? - pregunté tras unos minutos de búsqueda infructuosa en el armario de madera ajada.

Casi pude sentir su sonrisa de satisfacción al explicarme que debía entrar en la habitación ya que no recordaba el lugar en el que estaban guardadas las prendas que le pedía. A pesar de que de mi boca no brotó ninguna palabra que le permitiese el paso, él giró el picaporte y entró en el dormitorio con la misma sonrisa sagaz que yo había imaginado segundos antes. Se agachó frente al armario y abrió el tercer cajón, cuyo contenido desparramó por el suelo. Mientras él examinaba las prendas, yo rompí el silencio.

- Quiero hablar con los renegados y quiero que sea lo antes posible - no me molesté en mirarle. Sabía de antemano que sus facciones se habían tornado serias e incluso algo preocupadas -. Es por Liss. ¿Tú sabes lo que está sufriendo? ¡Por favor, que es una niña! Debería estar jugando despreocupadamente y no con el peso de toda esta guerra sobre sus hombros. Me ha dicho que nadie quiso ayudarla. ¡Nadie! - no fui consciente de que mi tono de voz había ido aumentando gradualmente.

- Son malos tiempos para todos. Nadie tiene comida de sobra y es difícil compartir.

- Mira Álex, comprendo que aquí la gente está viviendo una situación muy delicada, pero si ni siquiera nosotros, que estamos en un mismo bando, nos ayudamos los unos a los otros, veo muy complicado que yo pueda enfrentarme a Kina y salir victoriosa. Necesito el apoyo de todas las personas posibles; yo sola no podré hacer nada.

Él pareció reflexionar sobre mis palabras y asintió gravemente, alegando que esa misma mañana visitaría todas las casas habitadas por los renegados para convocar una reunión que tendría lugar esa misma noche.

- Gracias por tu ayuda.

Él le restó importancia con un gesto y me tendió una camiseta y otras mallas negras. Recogió la ropa del suelo y, sin preocuparse por doblarla, la colocó en el cajón y se sentó en la cama.

Le miré, azorada. ¿Pretendía quedarse en el dormitorio mientras me cambiaba? Sentí su mirada fija en mí y me imaginé la escena como si yo fuese una gran pantalla de cine y él un espectador. Realmente, tan solo le faltaban las palomitas.

Debido al interés que el chico mostraba por mí, me inundó una sensación extraña. Me senté a su lado y le acaricié la mejilla. Sentí cómo me estremecía al sentir nuestras pieles en contacto pero, confiada de que él no se hubiese percatado, continué con mi juego, acercándome más y más a su rostro. Me mordí el labio inferior al sentir la llamada de la tentación, que me obligó a posar mis ojos en sus labios, carnosos y deseables. Mi subconsciente me repetía incansablemente que era el momento de parar, pero algo en mi interior se negó a obedecer dicha orden y buscó los labios de mi acompañante. Súbitamente, cuando me encontraba a escasos milímetros de su boca, me detuve y esa pequeña locura transitoria se desvaneció. La tensión existente en ese momento se podía percibir con los cinco sentidos. ¿Qué estaba haciendo? ¿Desde cuándo era yo así?

- Voy a hacer la ronda - dijo Álex, que hasta entonces había permanecido inmóvil, refiriéndose a que iba a informar a los demás de la reunión de esa noche. Se despidió balbuceando unas palabras ininteligibles y salió de la casa.

En la habitación se apreciaba todavía la existencia del fanstasma de un beso, que vagabundeaba por mi mente, formulándome preguntas que me provocaban una sensación inquietante y que me preocupaba. ¿Se habría molestado Álex? ¿Qué habría pasado si...? No fui capaz de concluir la pregunta, pero mi mente recreó la escena con todo lujo de detalles y a mí solo se me ocurrió negar violentamente con la cabeza y cerrar los ojos, creyendo ingenuamente que así desaparecerían los acontecimientos que habían tenido lugar durante esos últimos cinco minutos y que, me repetí una y otra vez, no deberían haber sucedido.

miércoles, 18 de abril de 2012

CAPÍTULO 12

Me agaché hasta que mis ojos quedaron enfrentados con los suyos y le prometí que las cosas iban a cambiar. Yo misma me encargaría de ello pero debíamos aguardar a que la luna y las estrellas nos visitasen. Por lo pronto, conduje a la pequeña hacia el río y ambas nos sumergimos en ese agua deliciosamente gélida. Tras unos instantes de silenciosa cavilación en ese entorno en el que ningún sonido enturbiaba el transcurrir de la mente decidí distraer mi atención jugando con Liss, que nadaba enérgicamente de un lado a otro de la orilla. Sonreí ante esa evidente actitud infantil y súbitamente reparé en algo que antes me había pasado desapercibido.

- Liss, ¿por qué cuando te he dado los dos frutos sí te los has comido? Quiero decir, no te comes los que guardas en tu camiseta y sin embargo, los dos que yo he arrancado, sí.

- Tus frutos estaban demasiado inmaduros, obviamente.

- Obvio - respondí como si se tratase de lo más elemental del mundo.

- De haber esperado unos meses más, habrían madurado y los habría recolectado para comer en casa. Sin embargo, una vez que he visto que los habías arrancado... Da igual que estén malos, lo importante es que son comestibles. Eran - rectificó, acariciándose el estómago con satisfacción.

De repente, evoqué el sabor azucarado de las golosinas relamiéndome los labios como un felino. Y entonces, mi mente recordó que en el bolsillo trasero del pantalón vaquero descansaba una pequeña bolsita de Fini repleta de diversas golosinas.

- Te voy a llevar a mi casa - anuncié mientras salía del agua y escurría mi pelo mojado -. Allí tengo una sorpresa para ti.

Un destello de felicidad cruzó fugazmente por sus pupilas castañas y me tendió su mano. Estaba claro que había decidido confiar en mí sin reservas. Al fin y al cabo, poco podía perder ya. Mientras caminábamos bajo la atenta mirada del sol que nos contemplaba desde su cénit, le contaba los mismos cuentos que se repetían oralmente en la Tierra sin cesar. Generaciones y generaciones de humanos habían crecido escuchando esos mismos relatos. Ella me escuchaba fascinada, como si mis palabras hubiesen tejido una red en torno a ella que la hubiese capturado en su interior.

- ¿Y cuando la carroza se transformó de nuevo en calabaza, se la llevó para hacer una sopa? - me interrumpió, ávida de conocer el final de la historia.

- En realidad, no. Cenicienta ya había viajado en ella y había pasado la mejor noche de su vida gracias a su hada madrina - reí ante aquel final inédito -. Pero si te gusta más, podemos cambiarlo. Cenicienta se llevó la calabaza y al llegar a su casa, tras reconciliarse con sus hermanas y la madrastra, prepararon una riquísima sopa entre todas con la que obsequiaron al príncipe al día siguiente. Y al final, fueron todos felices y comieron mucha sopa de calabaza - le propiné una cariñosa palmada en la espalda y ella aplaudió, alegando que le gustaba más ese final improvisado.

En ese momento miré a mi alrededor y distinguí la pequeña casa en la que vivíamos Álex y yo. El sol arrancaba destellos dorados del tejado y las ventanas refulgían con su luz. Suspiré y tomé a la niña de la mano, rogando que a Álex no le molestase el hecho de que una desconocida fuese a desayunar en su casa. Aunque, quizá él ya la conociese. Tal vez habían coincidido antes y hubiera sido uno de los que le negaron alimento. Supe que las probabilidades de que aquello hubiera ocurrido eran mínimas y, con esa corazonada con la que pretendía, es más, quería, defender a mi amigo, introduje la tosca llave en la cerradura y empujé la puerta, que se abrió con un quejido lastimero.

No cabía en mí de asombro cuando distinguí a un saludable Álex atareado en la cocina. Me acerqué hacia él lo más rápido que me permitieron mis piernas y le reproché su actitud despreocupada. Por toda respuesta, él se limitó a exhibir una sonrisa pícara en su rostro y me acompañó a sentarme en el sillón.

- De algún modo tenía que darle las gracias a mi sanadora preferida por cuidar de mí toda la noche - señaló una mesita sobre la que descansaban dos platos con algunos alimentos. El desayuno iba a ser bastante escaso pero intuí que, tratándose de Rothwin, esos dos platitos constituían un verdadero banquete -. Son para ti.

- Ni de broma. La compartiremos. Yo apenas tengo hambre - mentí con la mirada fija en el suelo de madera. A mi pésima forma de fingir se unió un complot por parte de mi estómago, que comenzó a rugir furiosamente, reclamando la comida -. Vale, tengo hambre, pero quiero compartir la comida con vosotros. 

Fue al escuchar ese "vosotros" cuando Álex reparó en la presencia de Liss, que continuaba quieta en la puerta. Tras sonreír y presentarse, (por lo visto no se conocían de antes y yo había estado en lo cierto al defenderle), la invitó a sentarse conmigo.

- Álex, ¿puedes traerme mis pantalones vaqueros? Creo que los dejé en tu cuarto... - le pedí al ver que realmente el chico había recuperado fortaleza y vitalidad.

Él obedeció y extraje del bolsillo la bolsa de gominolas. Se la ofrecí a Liss, que la examinó con curiosidad.

- ¡Son gusanos! - exclamó con repugnancia arrojando la bolsita al suelo.

Me reí de buen grado ante la perplejidad del rostro de Liss, que, al parecer, nunca había visto, y mucho menos, probado, tal alimento. Rompí el plástico y me llevé a la boca uno de los deliciosos gusanitos. Dejé que el sabor dulzón se extendiera por mi paladar y acto seguido, me lo tragué. La niña reprimió una mueca y Álex dejó escapar dos carcajadas al reconocer lo que acababa de ingerir. Después me explicó que durante su estancia en la Tierra, es decir, durante su misión para encontrarme, había visto a miles de niños (y no tan niños) comer "eso".

- Pruébalos. Te gustarán - le aseguré a la niña, mientras Álex la cogía en brazos y la sentaba en el sofá, a mi lado.

Ella, tras seleccionar el gusano que le pareció más simpático, me imitó y tras llevárselo a la boca, se lo tragó sin apenas respirar. Entonces su expresión cambió.

- ¡¡Están riquísimos!! - me abrazó - Gracias.

- ¿Por qué me das las gracias?

- Tú has dicho antes que Cenicienta le dio las gracias a su hada madrina por que convirtió una noche en la mejor de su vida. Yo, por lo mismo. Aunque ahora es de día - aclaró.

lunes, 9 de abril de 2012

CAPÍTULO 11

Estaba tan cansada, y por qué no decirlo, me atraía tanto la idea, que no ofrecí resistencia alguna. Me acurruqué a su lado y cerré los ojos, dejando escapar un tenue suspiro cuando él me cubrió con la sábana. Murmuré un "buenas noches" ininteligible sin reparar en su mirada febril recorriendo mi cuerpo de arriba a abajo. Es más, en algún momento de la noche me pareció sentir un leve roce de sus labios en mi mejilla izquierda.

Para mi sorpresa, no fue otra horrible pesadilla la que me despertó, sino los esporádicos espasmos de dolor que sufría Álex. Con la mente despejada, catalogué el beso que había sentido mientras dormía como un sueño o un producto de mi imaginación. Perezosamente, me estiré en la cama y fulminé con mi mirada a los potentes rayos de sol que se filtraban por la ventana y que me impedían regresar a mi plácido descanso. La respiración de mi compañero de cama era agitada y advertí que su temperatura corporal se encontraba peligrosamente elevada. Por primera vez consideré la opción de que la vida se le estuviese escapando lentamente. Instintivamente tomé su mano entre las mías y la aferré con fuerza, absorbiendo parte de la energía calorífica que emanaba de su cuerpo. La dulce sensación del agua fría resbalando por mi piel inundó mi mente y me condujo hacia el cuarto de baño. La madera ajada del suelo crujía bajo mis pies descalzos a pesar de mi empeño en hacer el mínimo ruido posible. Pero, cuando llegué a mi destino, comprobé con desagrado que del grifo no emanaba ni una mísera gota de agua. Pasé mi mano por el pelo, desesperada, sintiéndome pegajosa por culpa del sudor. Debido a esa odiosa sensación me aventuré fuera de casa, tras vestirme, en dirección al río; no obstante, tuve que concentrarme durante largo rato para rememorar el camino que debía seguir.

Caminé bajo ese sol abrasador que lo inundaba todo con su calidez anhelando sumergirme en el agua. Sin embargo, algo llamó mi atención provocando que efectuase un alto en mi camino.

Una niña de pelo oscuro como el azabache recogido en dos graciosas trencitas corría tan velozmente que parecía fundirse con los árboles. Estimé que no tendría más de siete años mientras estudiaba sus rápidos movimientos. Me dio la impresión de que estaba recolectando frutos que guardaba en los pliegues de su camiseta, que llevaba ligeramente levantada. Así fue como me percaté de su extrema delgadez. Aprovechando que la niña había detenido su marcha y se hallaba agachada frente a un arbusto, me acerqué con precaución para no asustarla. Su trabajo era metódico: arrancaba el fruto, lo miraba con deseo y rápidamente lo guardaba, como arrepentida por su tentación. Me pregunté por qué no comía y arranqué dos frutos de intenso color rojo. Rechazó mi oferta sin mediar palabra, lo cual se me antojó absurdo ya que, literalmente, se estaba muriendo de hambre.

- ¿Por qué no quieres? - pregunté con curiosidad a la niña, que mantenía su mirada fija en los comestibles que descansaban en mi mano.

En ese momento se me ocurrió la posibilidad de que fuese vergonzosa, aunque, no entendía cómo podía permitirse el lujo de rechazar la comida cuando era obvio que el hambre era su principal prioridad. Fijé mi mirada en sus ojos marrones que transmitían cansancio, al igual que el resto de sus facciones. Sus hombros hundidos corroboraron el hecho de que ni ella, ni su familia debían estar viviendo una situación demasiado favorable. Preguntándome cómo era posible que una niña de esa edad tuviese aspecto de haber sufrido tanto, deposité los frutos en el suelo y me di la vuelta. Entonces ella tiró de mi camiseta llamando mi atención.

- ¿Puedo? - preguntó con un hilo de voz señalando la comida.

Asentí con la cabeza.

- ¿Entero?

- Claro. Son para ti.

- ¿Los dos? - jadeó, con los ojos desorbitados.

Fruncí el ceño ante la visión de la niña asustada llevando un brazo tembloroso hacia el fruto. Lo mordió con precaución. Unos instantes después, lo cogió con ambas manos y lo devoró ávidamente. Acto seguido, hizo lo propio con el otro.

- Gracias - me dedicó la sonrisa más triste del mundo que provocó que mi corazón se encogiese.

- ¿Por qué no comes algo de lo que llevas en la camiseta?

- Es que, si me lo como ahora, ¿qué comeré dentro de unas semanas? Los frutos se acaban y tardan mucho en volver a crecer.

Comprendí que su familia tampoco frecuentaba mercados de comida. Debían andar escasos de dinero.

- Bueno, pero tus papás pueden salir a cazar, ¿no? Además, por un fruto no pasará nada.

De haber sabido que la niña se había quedado huérfana unas semanas atrás, no habría dicho ese inoportuno comentario. Sus ojos se anegaron en lágrimas y súbitamente estalló en un llanto. La abracé y ella hundió su cara en mi pecho, desahogándose. Sentí sus hombros convulsionándose.

- ¿Cómo te llamas? - le pregunté mientras deshacía una de sus trencitas y jugueteaba con su pelo.

- Liss - respondió con voz entrecortada.

Se limpió las lágrimas con el brazo y se apresuró a recoger los frutos que habían resbalado de su camiseta durante nuestro abrazo.

- ¿Y quién cuida ahora de ti?

- Vivo con mi tía - respondió señalando una casita no demasiado lejos del lugar en el que nos encontrábamos.

- Entonces ella puede ayudarte.

Liss negó con la cabeza. Me explicó que su tía, la hermana de su madre, había vivido siempre en su casa, porque, tras un desafortunado accidente, sus piernas quedaron completamente inválidas. Esto le causó, además, algunos trastornos psicológicos. Por ello, Liss había tenido que madurar a marchas agigantadas. Para cuidar de su tía.

- Yo puedo ayudarte. Seguro que mis amigos - ni siquiera me percaté de que me había referido a Álex y Sëyn como amigos - os dan comida. O los demás vecinos.

- Ya lo intenté, pero la guerra es dura y nadie comparte lo que tiene. Solo hay dos opciones, o tú, o los demás. Y la mayoría de la gente prefiere la primera alternativa - se levantó mientras la miraba con incredulidad, atónita ante las palabras que acababan de brotar de la boca de una niña de siete años.

jueves, 29 de marzo de 2012

CAPÍTULO 10

Tardé algo más de tiempo en darme cuenta del significado que llevaba implícito la frase "Antes quizá podríamos haber hecho uso de la magia, pero Kina también nos quitó eso. Excepto a Álex". Me resultó tremendamente chocante el hecho inexplicable de que Álex pudiese continuar haciendo uso de su magia mientras que a todos los demás habitantes de este mundo se les había privado de ello. ¿Qué clase de acciones había tenido que llevar a cabo para que Kina le concediese un favor de tal calibre? Tras mucho cavilar llegué a la conclusión de que no podía haber sido algo premeditado.

- Nos vemos mañana, belleza - se despidió Sëyn al llegar a su casa, que resultó ser una cabaña minúscula en la que, estaba segura, apenas si habría espacio para más de dos personas en su interior.

Ahora que sabía de su existencia, me había fijado con un mayor interés en las pequeñas casitas que se disponían separadas unas de otras, pero, curiosamente, todas ellas siguiendo el mismo patrón: parecían ser un elemento más del paisaje, una guarida que la mano de algún arquitecto había introducido en la naturaleza sin alterarla lo más mínimo. Por ello, antes me habían pasado desapercibido.

Sëyn tosió para atraer mi atención e inquirió si debía acompañarme hasta la casa de Álex. Esta pregunta generó un debate entre mi orgullo, que se negaba a aceptar su ayuda ya que la cabaña se localizaba a escasos metros de la de Sëyn, y mis inseguridades, que solicitaban a gritos la compañía de cualquiera para paliar los efectos que la pesadilla había dejado en mí. Finalmente rechacé su oferta y me despedí con un simple movimiento de cabeza. Temía profundamente la amenazadora oscuridad que se había cernido tan rápidamente sobre mí. Y aún más que eso, me horripilaba pensar en el momento de cerrar los ojos y enfrentarme de nuevo a las pesadillas.

Únicamente me atreví a respirar con normalidad tras cerrar la puerta de madera que daba a la calle. El cálido ambiente de la casa me recibió ofreciéndome seguridad a la par que tranquilidad. Dispuse una manta en algo que pretendía asemejarse a un sofá pero que no era, ni de lejos, tan cómodo y constaté que no había electricidad, por lo que solo contaba con la tenue luz que emanaba de la luna. Miré por la ventana, melancólica, nostálgica, preguntándome si mis padres estarían mirando la misma luna que yo. Me abracé a mí misma para reconfortarme y, súbitamente, unos gritos provenientes del dormitorio de Álex me sobresaltaron.

El chico se debatía en sueños, delirando, y su cara exhibía horribles muecas de dolor. Me acerqué y lenta, casi solemnemente, me atreví a retirarle la camiseta que hacía las veces de venda. La visión de una espantosa herida que supuraba sangre y pus me obligó a retroceder y a vendarle el brazo de nuevo lo más rápido posible. El roce con su piel me estremeció. No estaba caliente, abrasaba a causa de la fiebre. Evoqué aquellos brotes de gripe y los paños húmedos que mi madre depositaba en mi frente con el fin de rebajar mi temperatura corporal. A pesar de que sentía que el sueño se estaba apoderando de mí, rebusqué con afán en los armarios de la casa con la esperanza de encontrar ropa. Tomé la primera prenda que vi y la empapé de agua. Acto seguido, la apliqué sobre su frente con cuidado de no despertarle, pero fue en vano. Unos ojos vidriosos y somnolientos me miraron desde la penumbra de la habitación.

- Lo siento - me disculpé.

- ¿Por qué lo sientes? - preguntó con su voz dulce, atrayéndome hacia él.

- Te he despertado - contesté entre sus brazos, que rodeaban mi cuerpo, transfiriéndome parte de su calor y sumiéndome en un estado soporífero del que no tardó en darse cuenta.

- Me has librado de las pesadillas. ¿Qué tal la tarde?

Asentí sin escuchar su pregunta. Cabeceé ligeramente y me recostó. A pesar del estado en el que me encontraba, fui consciente de una nueva mueca de dolor en su rostro. Sentí que la culpabilidad me consumía por dentro y me deshice de sus brazos ante su expresión perpleja.

- No sabes lo mal que me siento por haberte hecho eso - dije señalando su brazo herido.

- Pues yo me siento increíblemente bien al saber que cuidarás de mí - de nuevo lo había logrado. Le había dado la vuelta por completo a la situación -. Y ahora, a descansar. Si no me equivoco mañana tendrás una nueva sesión de entrenamiento.

Fruncí el ceño ante la mención de irme a dormir. No quería volver a escuchar de nuevo esas palabras envenenadas brotando de la boca de mi madre; me negaba a sentir de nuevo esa desesperación que había sido tan real. No podía enfrentarme a esa vocecilla interior que se encargaba de repetirme incansablemente, una y otra vez, que mi vida, tal y como yo la conocía, había muerto para siempre. Solo me percaté de que estaba llorando cuando sentí el abrasador roce con el pecho de Álex, que me había envuelto de nuevo en un abrazo protector.

- ¡Yo no he pedido ser el cetro! ¡Yo no he pedido que mis padres se olviden de que tienen una hija! - mi voz rayaba en la histeria - Yo... yo no he pedido nada... - musité débilmente antes de que se me quebrase la voz.

- ¿Y no te alegras de nada? ¿No ha sucedido nada que te haya hecho feliz desde que estás en Rothwin? - me acarició el pelo.

En ese preciso instante levanté la mirada y me topé con sus ojos verdes. Entonces supe la respuesta: él. Quizá lo único bueno de haberme trasladado a este mundo era Álex. No obstante, incapaz de admitirlo, negué violentamente con la cabeza y me levanté. Él hizo ademán de incorporarse para seguirme, pero se lo impedí antes de que resbalase la prenda húmeda que descansaba en su frente.

- Me voy al sofá.

- ¿De verdad crees que te voy a dejar dormir ahí? - preguntó con fingida incredulidad cogiéndome de la mano y obligándome a tumbarme en la cama.