CAPÍTULO 9

Sëyn no quiso reprimir un silbido de admiración tras decirme lo que parecía ser un comentario halagüeño del que yo hice caso omiso. Me tumbé en la hierba con las gotitas de agua resbalando por mi cuerpo y cerré los ojos para evitar ponerlos en contacto directo con la gran esfera lunar que acababa de asomar en el horizonte. ¿Cuánto tiempo llevaba en Rothwin? Apenas una semana. ¿Y mis padres? ¿De verdad se habían olvidado de mí como había predicho Álex o existía una mínima y remota posibilidad de que recordasen que tenían una hija? Los pensamientos se sucedían unos a otros, constituyendo, a cada minuto que pasaba, cadencias de frases más incoherentes. Bostecé.

Caminé entre la alegre multitud que paseaba por las calles deteniéndose a contemplar los escaparates de las tiendas. Iba desesperadamente en busca de mis padres y la felicidad que rezumaba el ambiente me provocaba náuseas. Cuando finalmente logré alcanzarlos, me percaté de que se encontraban dándome la espalda, examinando un folleto que anunciaba la promoción de unas nuevas viviendas construidas en el centro de la ciudad. Ellos, absortos en la lectura, no repararon en mi presencia. Jadeé, incapaz de creer que no estuviesen preocupados por mí y aferré a mi madre por el brazo.

- ¡¡Mamá!! - exclamé, sacudiéndola y obligándola a darse la vuelta.

Súbitamente, sus ojos pintados de pánico por los que cruzó un destello de determinación se clavaron en mis pupilas marrones, intimidándome.

- Llevas toda la tarde persiguiéndonos. No tenemos dinero; si lo que quieres es robarnos, te has equivocado de personas - abrió su cartera y me enseñó su escaso contenido, como queriendo darme a entender que me estaba diciendo la verdad -. Y no vuelvas a gritar que soy tu madre; yo no tengo ninguna hija - las duras y frías palabras que escupió mi madre sin compasión por su boca provocaron que mi desesperación se acrecentase.

- ¡¡Papá!! - chillé frenéticamente.

Sin embargo, cuando se dio la vuelta, pude ver que sus facciones se transformaban en las de Álex y una luna pálida con una curiosa tonalidad violácea que me contemplaba desde las alturas del cielo presagiaba la tragedia: el suelo desapareció a mis pies y caí desde una altura vertiginosa con el corazón en un puño. Mis brazos se agitaron, en un desesperado intento de aferrarme a algo.

- Belleza, no nos abandones. Tú eres el cetro... - la voz de Sëyn se perdió cuando me precipité al vacío y fui engullida por un abismo negro.

Un grito ahogado escapó de mi garganta cuando desperté. Sëyn se encontraba sentado a mi lado y me dirigió una mirada inquisitiva ante la expresión de histeria que se había formado en mi cara. Negué violentamente con la cabeza; no quería revivir de nuevo los momentos de la pesadilla. Él se alborotó el pelo y se encogió de hombros. Su indiferencia provocó cierto malestar por mi parte, aunque jamás lo reconocería en voz alta delante de él.

- Vámonos a casa - exigí.

Él, contrariado pero sin poner objeciones, se levantó y me siguió a través del follaje hasta que no le quedó más remedio que hacer de guía de nuevo, ya que, debido a mi escasa y penosa orientación espacial, no sabía hacia dónde dirigirme.

- Sëyn... - musité en voz baja. Un instante después de llamar su atención me arrepentí, pero ya no había vuelta atrás. Me hizo un gesto con la cabeza para indicarme que me escuchaba -, ¿por qué os habéis tomado tantas molestias? Quiero decir, me habéis traído de la Tierra, voy a entrenar todos los días...

Realmente no era mi pregunta inicial, no era el motivo por el que le había llamado, pero era una cuestión que también me interesaba.

- No vas a entrenar tú sola. Nosotros entrenaremos contigo - me pareció que, saliéndose por la tangente con esta frase trataba de infundirme ánimos, pero después de la pesadilla, no surtió ningún efecto positivo en mí -. Mira belleza, hay veces que nos toca ser alguien o hacer algo que no queremos ni hemos pedido. Y simplemente tenemos que hacerlo. Punto.

- Pero, ¿por qué? He tenido que abandonar a mis padres, a mi familia, a mis amigos... Mi vida tal y como yo la conocía ya no existe. Y todo, ¿porque es lo que vuestro mundo espera de mí? ¡Nadie me ha consultado nada! No me parece justo.

- Si la vida fuese justa, Kina nunca habría conseguido acceder al poder. Y ahí está, dominando todo Rothwin con una mano férrea que impide el desarrollo de este mundo y que nos obliga a subsistir penosamente porque apenas hay dinero ni trabajo. Y mucho menos para los renegados. ¿Sabes? Antes quizá podríamos haber hecho uso de la magia, pero Kina también nos quitó eso. Excepto a Álex.

¿Renegados? El nombre me sugirió que se estaba refiriendo a un colectivo de personas. Quizá no estuviese tan sola; tal vez en este mundo habría más gente dispuesta a ayudarme además de Álex y Sëyn... Como si este último se hubiese introducido en mi cabeza, afirmó que el escudo de protección englobaba y protegía un conjunto de viviendas en las que vivían los pocos que aún no se habían rendido a Kina. Desde luego, el número de aliados era claramente insuficiente.

- ¿Por qué no me los habéis presentado? - inquirí indignada - Voy a tener que vivir aquí y os guste o no, no pienso pasarme el día encerrada en casa o jugueteando con espadas por ahí.

- Tiempo al tiempo. Aún es muy pronto, belleza. Los conocerás cuando estés preparada - antes de que pudiese efectuar la pregunta obvia, (¿Cuándo será eso?), continuó hablando -. Cuando seas una verdadera portavoz de los renegados. Las esperanzas de esas personas, y prácticamente de todo Rothwin están puestas en ti y no puedes defraudarlos. Por eso tenemos que entrenar duro. Y ten por seguro que cuando se produzca el enfrentamiento con Kina y los suyos, no lo harás tú sola.

Bien. Exhalé una calada de aire. No me enfrentaré a Kina y a sus secuaces yo solita, contaré con la ayuda de... ¿diez, quince personas a lo sumo? Perfecto, obviamente, en un duelo contra todo el ejército opresor de Rothwin tendremos todas las de ganar...