Me desperté con el corazón en un puño al escuchar un sonido horrísono que rasgó el silencio de la madrugada. Me incorporé en la cama, jadeante y caminé lentamente hacia el pequeño ventanuco, aún sin saber si debía o no debía abrirlo. Mis pasos estaban impregnados de indecisión hasta que la curiosidad venció y casi con violencia, presioné el manillar que abría la ventana, permitiendo que un aire gélido y varias gotas de lluvia me arañasen con furia la cara. La luna estaba atrapada entre la bruma de las nubes grisáceas que surcaban los cielos impenetrables y la noche resultaba escalofriante, tanto, que un escalofrío recorrió mi médula espinal cuando sentí una respiración en mi nuca.
- ¿Qué haces levantada a estas horas? - comentó Álex con voz pastosa y los ojos cargados de sueño.
- Escuché un grito. Creo que ha pasado algo. No, no lo creo, estoy segura de que ha pasado algo - respondí con firmeza.
- ¿Sabes lo que pienso yo? - negué con la cabeza, asustada - Que te lo has imaginado todo por culpa de la tormenta.
- No me asustan las gotas de agua cayendo - sin embargo, el relámpago que cruzó el cielo en una fracción de segundo y su preludio me atemorizaron, confirmando que, esta tormenta en concreto, sí que me asustaba.
- Vamos a la cama. No me separaré de ti. Son ruidos normales con este tipo de tiempo - a pesar de sus esfuerzos, mi orgullo me impedía alejarme del ventanuco.
Escruté en la oscuridad de la noche con los ojos entreabiertos intentando vislumbrar cualquier indicio que me diese la razón. Que algo había pasado. No obstante, fui incapaz de ver más allá de los tres árboles que rasgaban el cielo con sus ramas, agitándose violentamente. Súbitamente, una ráfaga de aire demasiado potente penetró en la habitación, obligándonos a cerrar los ojos. Pero la silueta de un hombre recortándose frente a nuestra casa con un brillo plateado en la mano que refulgió en la oscuridad no se escapó a mis ojos.
- ¡Hay un hombre y tiene un arma! - así a Álex, que había vuelto a la cama y le enderecé con mis gritos de urgencia.
Él se asomó, pero, como era de esperar, la silueta había desaparecido, y la única prueba que testificaba que no era una lunática desvariando en la noche se marchó el ella. No pude hacer otra cosa que volver a la cama, sabiendo que no estaba loca, pero considerando la posibilidad de que la tormenta me hubiese jugado una mala pasada.
Cuando desperté, después de una noche interminable de pesadillas encadenadas, arrastré los pies por el suelo de madera dirigiendo mis pasos y mi persona hacia el pequeño salón. Allí me dejé caer sobre el incómodo sofá, que se clavó el mi cuerpo, provocándome un intenso dolor en la cadera.
- Empieza bien el día... - musité en voz baja examinando el escaso contenido en frutas de un pequeño platito y decantándome por la menos colorida.
Mastiqué sin ganas, tragando despacio y sin degustar el alimento. Comer por comer y tal vez, por aburrimiento. De todos modos, aún era temprano y faltaba tiempo para que Sëyn viniera a recogerme para ir a entrenar. O al menos, eso pensaba yo, porque cinco minutos más tarde, unos insistentes y urgentes golpes en la puerta me obligaron a levantarme para abrirla.
- ¿Qué haces aq...? - Sëyn, visiblemente alterado bajo la cortina de lluvia me asió del brazo con tanta fuerza que apenas unos segundos después sentí el miembro como desconectado del resto del cuerpo - ¡Sëyn!
Él parecía querer explicarme lo que tanto le había perturbado, pero las palabras se negaban a salir de su boca. Solo era capaz de balbucear palabras sin sentido y frases incoherentes. Finalmente, optó por otra idea. Echó a correr llevándome a mí todavía cogida del brazo, obligándome a correr tras él.
- ¿Se puede saber qué haces? ¡Para!
- ¡No! ¡Corre! - por lo menos pude comprender esa sencilla orden, ya que él la articuló bien.
No sabía dónde nos dirigíamos; jamás había visto esa parte del bosque tan tupida y con una vegetación tan exhuberante, por lo que tuve la sensatez de no separarme de Sëyn, a sabiendas de que sin ayuda no sería capaz de regresar sola a casa. Y para colmo de males, él continuaba internándose cada vez más en la maleza, imposibilitándome cualquier huida por mi parte. En serio, ¿qué estaba haciendo allí a esas horas de la mañana y con esa lluvia calándome las entrañas? No encontraba respuesta para esa pregunta. Llegado un momento, comenzó a faltarme el aire. ¿Cuánto tiempo llevábamos corriendo? Desde luego, una cosa era segura: si esto era parte del entrenamiento, luego le soltar a Sëyn un par de cositas acompañadas de un buen puñetazo como propina.
Mis pensamientos se interrumpieron a la par que la carrera. Frenamos bruscamente al lado de un árbol con un tronco torcido.
- Vale, Sandra, escúchame.
- Si lo que querías era que te escuchase, no era necesaria esta carrera matinal. Puedo escuchar igual de bien sentada en el sofá de casa, ¿no te parece? - puse los brazos en jarras y enarqué una ceja, a la espera de una respuesta que no llegó.
Sëyn suspiró y pareció cambiar de idea. Ya no quería que le escuchase, sino que dirigiese mi mirada hacia un bulto que yacía en la hierba embarrada. Antes de ello le miré inquisitivamente mientras él se agachaba. Y entonces lo vi. Rectifico, entonces la vi. El pequeño y frágil cuerpecito de Liss yacía en el suelo con los ojos desenfocados y con el terror pintado en sus pupilas inertes.
- ¿¡Qué...!? ¿¡Quién...!? - ahora era yo la que no podía articular frases con sentido.
Las preguntas se amontonaban en mi cabeza, incapaces de ser formuladas por mis labios temblorosos. Mis ojos se anegaron en lágrimas al ver marcas de violencia en su cuerpo. La sangre, reseca y coagulada, estaba esparcida a su alrededor pero no me importó ensuciar mis ropas al sentarme allí. Tomé en mis manos cálidas la pequeña mano de la niña; en ese momento supe quién había sido la dueña de ese grito que rompió el silencio y la tranquilidad de la noche.
- La han matado... - musité entrecortadamente en voz alta, no tanto para decírselo a Sëyn sino para convencerme a mí misma.
- Vi su cuerpo esta mañana cuando salí a pasear antes del entrenamiento... - explicó el chico que me acompañaba sentándose a mi lado y abrazándome, para cubrirme de la lluvia e infundirme ánimos -. Vamos. Hay que decírselo a los demás y alguien tendrá que darle la mala noticia a su tía.
No escuché esas palabras ni las que vinieron a continuación. Permanecí sentada en el suelo, con las rodillas flexionadas y mis brazos rodeándolas, en un estado catatónico mientras sentía los pasos de Sëyn alejándose. ¿Quién podría tener el más mínimo interés en asesinar a una niña durante la noche? Para esa pregunta, sí tenía respuesta: Kina. Aunque desconocía cómo había logrado penetrar en la zona protegida por el escudo creado por Álex, supe que solo una persona como ella sería capaz de hacer algo así.
*****
- No termino de comprender el cambio estratégico - comentó uno de los soldados con suavidad, limpiando la sangre y los restos de suciedad de su arma mortífera.
- No me sorprende; no te dotaron con la inteligencia. Por eso te di una espada - Kina efectuó un breve descanso y finalmente, respondió a la pregunta de su subordinado -. Es simple, sencillo, ingenioso... Yo no mataré a Sandrá. No me ensuciaré las manos con su sangre...
- Si me permite el comentario, usted no tendría que ensuciarse nada. Cualquiera de nosotros puede matarla en su lugar. De hecho es lo que solemos hacer...
La mirada fulminante de Kina le advirtió de que era mejor mantener el silencio si no quería acabar criando malvas esa misma mañana. La mujer continuó explicando.
- Ella vendrá a mí. Le he arrebatado lo que más quiere... Se lo has arrebatado tú con tu espada y ella no tardará en venir enfurecida hasta aquí. Su odio e ira la cegarán cuando descubra que su pequeña protegida ya no está entre los vivos y será tan ingenua de pensar que puede venir aquí a arrebatarme la vida a mí también. Como es de esperar, mi predecible hermanito vendrá con ella... Aunque si no viene, podremos encargarnos después de él. Establezcamos prioridades y ya se sabe: las damas primero.
El soldado esbozó una sonrisa maléfica antes de mencionar el esperado "perfecto".
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- No termino de comprender el cambio estratégico - comentó uno de los soldados con suavidad, limpiando la sangre y los restos de suciedad de su arma mortífera.
- No me sorprende; no te dotaron con la inteligencia. Por eso te di una espada - Kina efectuó un breve descanso y finalmente, respondió a la pregunta de su subordinado -. Es simple, sencillo, ingenioso... Yo no mataré a Sandrá. No me ensuciaré las manos con su sangre...
- Si me permite el comentario, usted no tendría que ensuciarse nada. Cualquiera de nosotros puede matarla en su lugar. De hecho es lo que solemos hacer...
La mirada fulminante de Kina le advirtió de que era mejor mantener el silencio si no quería acabar criando malvas esa misma mañana. La mujer continuó explicando.
- Ella vendrá a mí. Le he arrebatado lo que más quiere... Se lo has arrebatado tú con tu espada y ella no tardará en venir enfurecida hasta aquí. Su odio e ira la cegarán cuando descubra que su pequeña protegida ya no está entre los vivos y será tan ingenua de pensar que puede venir aquí a arrebatarme la vida a mí también. Como es de esperar, mi predecible hermanito vendrá con ella... Aunque si no viene, podremos encargarnos después de él. Establezcamos prioridades y ya se sabe: las damas primero.
El soldado esbozó una sonrisa maléfica antes de mencionar el esperado "perfecto".